jueves, 29 de agosto de 2013

Esto ya no es lo que era, los tiempos cambian

Lluna con 1 mes (2006)
Muchas cosas han cambiado desde que inicié este blog allá por el 2008.

Entonces el blog y escribir mi primera novela, Nunca fuimos a Katmandú, centraban mi actividad en Internet y eran muchos los amigos que compartían su tiempo y sus ilusiones conmigo.

Pero el mundo tecnológico se mueve a una velocidad de vértigo y han aparecido en Internet muchas otras formas de comunicarse y compartir, como Facebook, Twiter y cientos de opciones más en las que ya me niego a entrar.
Celebrando la publicación de Nunca fuimos a Katmandú (2010)

Los amigos que formaban parte de aquel alegre bloguerío han ido desapareciendo. A muchos los he reencontrado por otros sitios en los que la comunicación es más inmediata, pero menos cálida, diría yo.Otros se mantienen fieles a sus blogs y a los viejos amigos.
Entiendo también que con el paso de los años las ocupaciones de unos y otros han cambiado y todos disponemos de menos tiempo.

Yo misma, con tres libros publicados, escribiendo y ocupada con Talleres de Escritura y Lecturas de manuscritos, no sé ya cómo sacarle tiempo al tiempo para estar en todo.

La familia literaria y felina ha crecido (2013)
Por eso también yo me prodigo menos por aquí. Intento hacer una entrada semanal, pero a veces no es posible. Y desanima comprobar la poca respuesta que hay y la sensación de que los pocos que participan lo hacen un poco por compromiso. Algo que es de agradecer, por cierto.

Por tanto, aunque no abandonaré el blog del todo porque le tengo mucho cariño,  solo lo actualizaré cuando me apetezca y tenga algo que contar.
Presentando mi tercer libro, Habana Jazz Club (2013)

Espero que nos sigamos encontrando, aquí o por los universos virtuales.

¡Besos para tod@s!

viernes, 9 de agosto de 2013

La música y la lluvia

Durante el mes de agosto, todos los miércoles, actúan  grupos de jazz en el parque de mi barrio. El miércoles pasado amenazaba lluvia. Pensé que se suspendería el concierto y salimos a dar una vuelta y tomar algo, bajo el toldo de un bar, cuando caían las primeras gotas.

Después pasamos por el parque y, para mi sorpresa, ahí estaban los músicos interpretando una de sus piezas bajo una lluvia que arreciaba por momentos. Había bastante público, dadas las circunstancias. Pero algunos se iban levantando y se marchaban, otros, más previsores, abrían sus paraguas, y aun otros, aguantaban estoicos bajo la lluvia (como yo, que no soy nada previsora).

Los músicos no querían suspender su actuación, la gente no quería marcharse, así que ahí seguimos todos, confiando en que la cosa (del agua) no fuese a más.

Mi mente echó a volar e imaginé que empezaba a chaparrear con fuerza y todo el mundo huía para protegerse mientras la banda seguía allí, aguantando bajo la lluvia como la orquesta del Titanic, que no dejó de tocar en tanto los pasajeros se ponían a salvo.

Aquella situación me recordó una escena de Nunca fuimos a Katmandú en la que Laura rememora  un viaje a Venecia con Javier, cuando un aguacero de verano los sorprende en la Plaza de San Marcos y asisten al insólito espectáculo de  la plaza vacía mientras las palomas levantan el vuelo y una orquesta sigue tocando una pieza clásica bajo los soportales...

Debo confesar que esa escena es real. La viví en mi primer viaje a Italia hace ya muchos años, y cada vez que la recuerdo me estremezco, por eso la incluí en la novela.

Al final, en el parque de mi barrio, la lluvia se rindió y nos permitió disfrutar de un magnífico concierto. Y casi me dio pena, porque lo cierto es que la  música y la lluvia unidas tienen una magia especial.



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