martes, 12 de noviembre de 2019

Viaje a Argentina. Un sueño siempre postergado y por fin cumplido

En el Café Tortoni, Buenos Aires


Ni siquiera puedo recordar los años que llevaba deseando conocer la Argentina, muchos, pero siempre iba quedando para más adelante. Argentina está muy lejos, es un viaje duro, largo, caro por su lejanía, un país enorme con climatologías distintas a lo largo y ancho... Había que pensarlo bien, encontrar el momento, tener los medios para hacerlo.


Ushuaia
Y por fin surgió la oportunidad. Hace un año mi amiga Bibiana y yo decidimos liarnos la manta a la cabeza y lanzarnos a la aventura. Teníamos poco tiempo, ella, que es librera, solo disponía de dos semanas de vacaciones. Sabíamos que era poco tiempo para conocer un país tan vasto como ese, por lo que decidimos limitarnos a los cuatro puntos más representativos y que más nos ilusionaban: Buenos Aires, Ushuaia, el Calafate, Iguazú... Una locura...


En apenas dos semanas hemos volado en 9 aviones, hemos viajado de punta a punta del país, hemos estado un par de días a lo sumo en cada sitio sin tan siquiera deshacer la maleta, hemos madrugado a diario y caído en la cama rendidas cada noche después de caminar lo que no está escrito.

El tren del fin del mundo, Ushuaia

Pero lo que nos hemos llevado en la retina y en el corazón vale ese esfuerzo y mucho más.

El glaciar Perito Moreno, en el Calafate

Nos asomamos al fin del mundo en Ushuaia, recorrimos la Tierra del Fuego y navegamos por el canal  de Beagle. Nos emocionamos ante la visión del glaciar Perito Moreno hasta las lágrimas contemplando sus formas, sus tonalidades azules, su majestuosidad. Nos fuimos hasta Iguazú para extasiarnos ante las cataratas más impresionantes del mundo y recorrimos el parque nacional para contemplarlas desde todos los ángulos; la caída de toneladas de agua que se precipitan por la "garganta del diablo" con un estrépito ensordecedor es algo que no se puede explicar, hay que vivirlo; sentir las salpicaduras del agua en el rostro y empaparte por completo es fundirse con la naturaleza y cargarse de toda su energía. Dan ganas de gritar de felicidad.
Aquel mismo día, por la tarde, cruzamos a Brasil para contemplar las cataratas desde allí, que no resultan menos espectaculares.




Cataratas de Iguazú, Argentina
Nos quedaba Buenos Aires, ciudad mítica, grandiosa; nos dejamos las suelas de los zapatos caminándola toda; el Obelisco, el barrio de la Boca, la calle Corrientes, Florida, el café Tortoni frecuentado antaño por intelectuales y artistas no podía faltar en el recorrido de una escritora y una librera; tampoco la librería Ateneo que había sido un teatro y ahora es una espléndida librería donde residió por un tiempo mi primera novela, Nunca fuimos a Katmandú.

Cataratas de Iguazú, Brasil


Pero no nos pasó desapercibida la parte más dura de esta maravillosa ciudad: las crisis políticas y económicas que se han ido sucediendo han llenado las calles de personas sin hogar mientras otros, los más jóvenes, intentan vender lo que sea para subsistir día a día. Lamentable. Es una pena que un país tan hermoso, con tanto que ofrecer tenga que vivir esta situación. Sin embargo, los argentinos no pierden nunca su simpatía, ese especial encanto y ese afecto por nuestro país en el que todos tienen algún pariente.



Un banco dedicado a Mafalda, Buenos Aires



Los días pasaron volando y el viaje tocaba a su fin. Nos fuimos con ganas de volver y lo haremos algún día. Queda mucho por descubrir todavía y ojalá podamos hacerlo en un futuro con más calma. De ese segundo viaje nacerá probablemente un libro en el que pueda narrar mis vivencias con más detalle, porque Argentina su naturaleza exuberante y sus gentes se lo merecen.





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