miércoles, 26 de marzo de 2014

¡Empieza la aventura!

Empezar una novela es como emprender un viaje: sabes qué lugares quieres visitar, tienes un mapa, un itinerario, pero no sabes muy bien con lo que te vas a encontrar en el camino ni en qué medida los acontecimientos imprevistos pueden cambiar tu rumbo o sorprenderte con un final distinto al que tenías pensado.

Pero de lo que no cabe duda es de que la emoción te embarga, te levantas cada día con la ilusión de un niño, dejas atrás tu mundo, la rutina habitual, y te abres a esos nuevos amigos a los que irás conociendo poco a poco, que te irán embaucando hasta absorberte por completo. Sabes que se inmiscuirán en tu vida, que no te darán tregua, que querrán ser siempre tu prioridad y te convertirán en su esclav@ durante mucho tiempo, no sabes cuánto, pero no te importa. Te sientes feliz, te sientes viv@.

Me sorprendo al comprobar que hacía demasiado tiempo que no sentía estas emociones: ¡ocho meses! Quería escribir,  necesitaba escribir, pero dudada qué rumbo tomar, tenía miedo y buscaba excusas... Nunca me había ocurrido antes.

Escribí mi primera novela alegremente, con la osadía que da la ignorancia, el no saber  dónde te estás metiendo, y salió bien. Con la segunda había ganado seguridad, autoconfianza. En la tercera me sentía ya una "profesional". Y de pronto llegó el pánico, la inseguridad, las dudas. El miedo a defraudar, a no cubrir las expectativas  propias o ajenas, a dedicar una cantidad ingente de horas a una tarea que quizás no tuviera ningún valor, que no interesara a nadie. Supongo que a eso se le podría llamar sentido de la responsabilidad.

Pero al final me subí al tren y se puso en marcha.  La aventura ha comenzado, una historia empieza a tomar forma, las ideas fluyen y ocupan mi mente a tiempo completo, ya no puedo parar. Y eso está muy bien y me hace muy feliz :)






miércoles, 19 de marzo de 2014

Desvaríos literarios (o neuras de una escritora)

Lo peor que le puede pasar a un escritor no es enfrentarse a la página en blanco. La imaginación, como todo, "hace músculo" con el ejercicio cotidiano y las ideas fluyen con facilidad. El problema es con cuál de esas ideas quedarse. Decidir cuál de ellas merece convertirse en una novela.

Lo peor que le puede pasar a un escritor es  querer y no poder escribir. ¿Qué se lo impide? Me diréis. Si quieres escribir, escribe. Pero no es tan sencillo. El escritor quiere escribir, lo necesita como el aire que respira, pero no quiere, no puede escribir cualquier cosa. Tiene que surgir una idea que le atrape, que le motive a zambullirse en ella y dejar que ocupe su mente las veinticuatro horas del día, que le invite a tirar de ese hilo de Ariadna invisible y adentrarse en un laberinto en el que no faltarán los obstáculos, las tentaciones de abandono, quizás el desánimo, hasta encontrar la salida, el desenlace final.


Eso supone convivir con la historia y con sus personajes durante muchas horas diarias, meses, tal vez años, si queremos que el lector también se sienta atrapado cuando la lea, que la viva y se emocione como lo hicimos nosotros al escribirla.

Algun@s me diréis que la cosa no es tan dramática, que escribir no es tan complicado. Bien por vosotr@s. A lo mejor incluso tenéis éxito sin pasar por "el placer y el dolor", como decía un célebre escritor, de gestar y parir una novela.

Anaïs Nin y Henry Miller


Pero en mi caso es así. Me he pasado meses dándole vueltas a dos ideas sin que ninguna me atrapara del todo, empezando historias y abandonándolas porque no me apetecía seguir, sufriendo por no encontrar ese hilo del que tirar y que me arrastrara dentro del laberinto.

La agonía ha terminado. Una de esas ideas se ha impuesto, ha empezado a crecer, a madurar en mi mente, y me está pidiendo salir, materializarse en el papel y seguir desarrollándose hasta convertirse en una novela.

¡Vamos a ello!

miércoles, 12 de marzo de 2014

Nepal, cerca de las estrellas


Como sabéis los habituales de este blog, el año pasado por estas fechas mi hijo Álvaro y yo estábamos en Nepal trabajando como voluntarios en una escuela, la Kanasugi English Boarding School.

Fueron dos meses muy intensos en los que vivimos completamente inmersos en una cultura diferente  y que nos aportaron vivencias únicas, experiencias, anécdotas y sensaciones inolvidables, de todo lo cual, iba tomando nota a diario para no olvidar ni un detalle y plasmarlo en un libro cuando volviera a casa.

Ese libro ya es una realidad, en estos momentos está "en el horno" y verá la luz, bajo el sello de Parnass Ediciones, para Sant Jordi, o lo que es lo mismo: el Día del Libro (23 de abril).

Llevará por título Nepal, cerca de las estrellas, y cuando lo
leáis entenderéis el por qué.

Como podéis imaginar, es un libro muy especial para mí, muy personal, tanto  que hasta me ha dado cierto pudor escribirlo porque no he podido escudarme detrás de personajes de ficción; nosotros, mi hijo y yo misma, somos los protagonistas, y son mis vivencias, mis pensamientos y mis sentimientos los que se exponen en él.


Además, tiene el valor añadido de que es un libro solidario: parte de los ingresos que se recauden por su venta irán destinados a la escuela, que está en una situación muy precaria.

Ya no puedo decir que "Nunca fuimos a Katmandú" :)
¡Las vueltas que da la vida!

miércoles, 5 de marzo de 2014

Lecciones del maestro al joven escritor

El primer capítulo es esencial. Si a los lectores no les gusta no leerán el resto del libro.

Todo el mundo sabe escribir, pero no todo el mundo es escritor.

Los escritores somos frágiles porque conocemos dos clases de penas: las del amor y las del libro. Escribir es como amar: puede ser muy doloroso.

Uno se convierte en escritor no renunciando nunca.

Escribir un libro es librar una batalla.

El privilegio del escritor es que puede ajustar cuentas con sus semejantes a través de sus libros.

La enfermedad del escritor es querer dejar de escribir para siempre y no poder hacerlo.

Los escritores que se pasan la noche escribiendo, bebiendo y fumando son un mito. Hay que ser disciplinado, cumplir horarios, conservar el ritmo y ser tenaz.

Una idea hay que dejarla madurar, impedir que salga, permitirle crecer en nuestro interior. 

Las palabras no tienen importancia, son de todos. Un escritor se define por el sentido particular que es capaz de darles.

Ser escritor significa  transmitir emociones y conmover, aunque no se hayan vivido.

Escribe para ser escuchado, no para ser leído.

¿Cómo saber cuándo un libro está terminado? Los libros son como la vida, nunca se terminan del todo.


Estos son algunos de los consejos que da el prestigioso escritor y catedrático Harry Quebert a su joven alumno, Marcus Goldman, en  La verdad sobre el caso Harry Quebert,  un thriller en el que nada es lo que parece y que inicia cada capítulo con un apunte meta-literario.

Debo decir que es una novela "adictiva", aunque  no os guste el género negro  o el suspense, como es mi caso. Los saltos en la trama y las continuas sorpresas no os permitirán soltar el libro hasta el final. Entretenido y muy ameno.







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