domingo, 24 de diciembre de 2017

Ya nadie envía tarjetas de Navidad


Recuerdo que cuando era niña se amontonaban en casa las felicitaciones de Navidad, las íbamos colocando donde podíamos de tantas que llegaban: en los estantes, junto al belén, colgadas del árbol; formaban parte de la decoración navideña.
También era divertido escribirlas, escoger cuál era para quién, ir a comprar los sellos y echarlas en el buzón.
A veces las enviábamos muy lejos y ni siquiera teníamos la certeza de que llegaran a su destino.
Los carteros eran como Papá Noel: nos traían ilusión y alegría.

Con el tiempo las llamadas telefónicas empezaron a sustituir a los denominados Christmas, así, en extranjero, que sonaba más glamouroso. Ya no era lo mismo, pero siempre resultaba agradable escuchar una voz amiga, conversar un rato y desearnos todo tipo de venturas.




Y con el siglo XXI llegaron las tarjetas virtuales. Prácticas,
rápidas, divertidas, y además gratuitas. Pero impersonales y frías. De hecho, enviando la misma a todos tus contactos solventabas la papeleta.

Ahora nos enviamos vídeos por watsapp... Es el "más fácil todavía". Este año he recibido una cantidad que no soy capaz ni de calcular. Los hay humorísticos, sentimentales, reivindicativos, clásicos... Todos prefabricados, con una bonita canción navideña como música de fondo y llenos de frases cursilonas que probablemente no ha leído ni quien lo envía. Y se pierde la oportunidad de preguntarle al otro cómo está, de interesarnos de verdad, de mostrar nuestro afecto de una manera personal.

Tengo la sensación de que estamos perdiendo algo fundamental: ese contacto humano, directo, el abrazo, la voz, buscar el momento de encontrarnos para desearnos en persona todo lo mejor.
Esos buenos deseos que alguien escribió por nosotros se me antojan falsos, manidos, por más que quien lo envía lo haga con su mejor voluntad.


Supongo que es el signo de los tiempos, y que yo, como muchos, me pongo nostálgica y tontorrona en estas fechas.

Como quiera que sea,

FELIZ NAVIDAD




viernes, 8 de diciembre de 2017

A vueltas con la autopublicación

Hace ya algunos años que llegó a nuestras vidas la revolución editorial gracias a Internet. Y con ella la posibilidad, para muchos escritores, de ver publicada su obra sin depender de editoriales, de modas o de un golpe de suerte.

Muchos de esos autores a los que las editoriales rechazaron en su momento por diversas razones, y no necesariamente porque su obra no fuese lo bastante buena, triunfaron en las plataformas digitales y luego fueron esas mismas editoriales las que les ofrecieron contratos para publicarlos en el formato tradicional.

Jane Austen autopublicó su novela
  Sentido y sensibilidad
Aun así, la autopublicación siempre ha tenido cierta mala prensa.  Muchos pensaban que el escritor que se autoeditaba lo hacía porque no tenía la suficiente calidad como para que una editorial lo aceptara. Quiero creer que ese prejuicio ha pasado a la historia y que a día de hoy todo el mundo entiende que un escritor pueda encontrar en la autopublicación la manera de dar a conocer su obra en lugar de pasarse años coleccionando rechazos de editorial en editorial, o, simplemente, que prefiera esa opción y tener un control total sobre su trabajo.

Estamos en el siglo XXI y el mundo literario, como todo, ha cambiado mucho. La tecnología nos brinda nuevas posibilidades tanto a escritores como a lectores. Y no nos hace mejores ni peores publicar de una forma o de otra, igual que un libro publicado por una editorial no es bueno por definición.

Marcel Proust financió la primera parte de
En busca del tiempo perdido


Yo misma publico tanto con editoriales como por mi cuenta. Mi última novela, Con la muerte en los tacones, la he publicado en Amazon, y la próxima la publicará una editorial. ¿Soy buena escritora cuando me publica una editorial y soy mala cuando me autoedito? Supongo que nadie pensará semejante tontería...

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que en la autoedición no hay filtros, nadie nos dice si lo que hemos escrito merece la pena o es una bazofia, y hay actitudes irresponsables que no nos ayudan. Como por ejemplo que una escritora comente en una red social que está ayudando a su hijo de nueve años para que publique en Amazon "algo" que ha escrito... O que alguien declare sin pudor que no le gusta leer, pero que eso no le impide escribir y publicar sus libros. También hay quien se autopromociona  en las redes sociales sin el menor respeto por la ortografía ni la sintaxis, lo que ya da una idea de lo que nos podemos encontrar en sus novelas...
Virginia Woolf creó una editorial para publicar sus obras

No nos queda otra que confiar en la inteligencia de los lectores que saben, y así lo demuestran, separar el trigo de la paja. Y por esa razón hay novelas que se hunden en el pozo sin fondo de Amazon (mientras sus autores se quejan por ser unos incomprendidos) y otras consiguen destacar y mantenerse, y sus autores se van consolidando y ganándose la confianza del lector.

No se es escritor porque uno pueda juntar letras y formar palabras y llenar con ellas cuatrocientos folios. Igual que no se es futbolista por darle patadas a una pelota en el parque, ni siquiera se es chef por llevar toda la vida cocinando para la familia.  Ser escritor, como cualquier profesión, exige dedicación, esfuerzo, constancia, seguir aprendiendo cada día y dudar siempre de uno mismo.

Me diréis que quien quiera escribir está en su derecho de hacerlo. Por supuesto, pero respetemos este maravilloso oficio y tengamos consideración con los lectores que, a la postre, son los destinatarios de nuestro trabajo.

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